
Ojos negros que tomaron otros rumbos"
Por: Orlando Augusto Hurtado Lara
Ven y mírame a los ojos, le decía Carlos emocionado a su esposa para expresarle cuanto la amaba, al tiempo que el arpa registraba notas románticas para vestir con melodías la noche achagüense a orillas del caudaloso Matiyure. Hoy con absoluta certeza le puedo decir a su esposa que en esta vida Ninguno te querrá igual.
El local está repleto de amantes del joropo, reina la expectativa, miles de personas alegres y entusiastas esperan con ansias la presencia del Festivalero de Achaguas, cuando el animador con voz emocionada anuncia con orgullo a Carlos Guevara. Revienta el arpa, retumban los bordones, vibran los tiples y tenoretes, y un estallido de aplausos colman la locación cuando el tañido de Carlos estremece el lugar al son de un pajarillo altanero.
El cuerpo de medio lado un tanto encorvado, la mano izquierda sosteniendo el micrófono, la mano derecha empuñando el alma, su rostro ojos cerrados evidencia la pasión con que canta sus canciones. Su sombrero, su voz y su corazón atrapan la atención de los presentes, quienes cantan una a una sus canciones. Sus ojos brillan con nostalgia cuando canta La potra que me tumbó, quizás evocando algún viejo amor que se quedó en el camino y en el que definitivamente dejó un “hierro de cría” como él mismo dice mientras sigue cantando.
El arpa sigue sus tonos, el pueblo sigue sus canciones, y cada corazón palpita con la misma efervescencia de un potro salvaje cuando de las
cornetas emerge la frase “Mi vida dame tus besos”. Las damas gritan con emoción, y él con sonrisa socarrona les dice “quiero ser Prisionero de tus besos”. Van las melodías desbocadas en la voz de Carlos Guevara y se me hace un nudo en la garganta cuando cito aquellos versos de Julio César Sánchez Olivo “Estoy hilvanando ahora, los hilos de mil recuerdos”.
Por imprecisiones del destino, como un toro en medio de la manga, Carlos Guevara dio vuelta e campana en la callejuela que lo conducía hacia su hogar. Su cuerpo dejará de estar con nosotros, pero su voz no se apagará jamás, sus canciones seguirán enamorando corazones, su jovialidad seguirá arrancando sonrisas, su corazón continuará palpitando en cada cuatro viajero, en cada cuerda del arpa y en cada capacho inquieto de las maracas sonoras.
Hermano Carlitos, cumpliste Tu compromiso más allá de lo que tu mismo imaginaste y el pueblo apureño y venezolano llora tu ausencia con el mismo sentimiento de haber perdido un hijo, y eso es producto de ese inmenso amor que sembraste en las entrañas de Venezuela. ¡Yo sin ti no valgo nada! grita tu pueblo Carlitos y Tu Terco Corazón estará siempre con nosotros. Tu copla seguirá galopando cuando armes la parranda con Daniel Villanueva, El Burrero José Laya y el Mandinga de la Copla, quienes como tú prematuramente se fueron a cantar al firmamento. Ojitos Negros que tomaron otros rumbos… rumbos de Dios y de eternidad.
Ven y mírame a los ojos, le decía Carlos emocionado a su esposa para expresarle cuanto la amaba, al tiempo que el arpa registraba notas románticas para vestir con melodías la noche achagüense a orillas del caudaloso Matiyure. Hoy con absoluta certeza le puedo decir a su esposa que en esta vida Ninguno te querrá igual.
El local está repleto de amantes del joropo, reina la expectativa, miles de personas alegres y entusiastas esperan con ansias la presencia del Festivalero de Achaguas, cuando el animador con voz emocionada anuncia con orgullo a Carlos Guevara. Revienta el arpa, retumban los bordones, vibran los tiples y tenoretes, y un estallido de aplausos colman la locación cuando el tañido de Carlos estremece el lugar al son de un pajarillo altanero.
El cuerpo de medio lado un tanto encorvado, la mano izquierda sosteniendo el micrófono, la mano derecha empuñando el alma, su rostro ojos cerrados evidencia la pasión con que canta sus canciones. Su sombrero, su voz y su corazón atrapan la atención de los presentes, quienes cantan una a una sus canciones. Sus ojos brillan con nostalgia cuando canta La potra que me tumbó, quizás evocando algún viejo amor que se quedó en el camino y en el que definitivamente dejó un “hierro de cría” como él mismo dice mientras sigue cantando.
El arpa sigue sus tonos, el pueblo sigue sus canciones, y cada corazón palpita con la misma efervescencia de un potro salvaje cuando de las

Por imprecisiones del destino, como un toro en medio de la manga, Carlos Guevara dio vuelta e campana en la callejuela que lo conducía hacia su hogar. Su cuerpo dejará de estar con nosotros, pero su voz no se apagará jamás, sus canciones seguirán enamorando corazones, su jovialidad seguirá arrancando sonrisas, su corazón continuará palpitando en cada cuatro viajero, en cada cuerda del arpa y en cada capacho inquieto de las maracas sonoras.
Hermano Carlitos, cumpliste Tu compromiso más allá de lo que tu mismo imaginaste y el pueblo apureño y venezolano llora tu ausencia con el mismo sentimiento de haber perdido un hijo, y eso es producto de ese inmenso amor que sembraste en las entrañas de Venezuela. ¡Yo sin ti no valgo nada! grita tu pueblo Carlitos y Tu Terco Corazón estará siempre con nosotros. Tu copla seguirá galopando cuando armes la parranda con Daniel Villanueva, El Burrero José Laya y el Mandinga de la Copla, quienes como tú prematuramente se fueron a cantar al firmamento. Ojitos Negros que tomaron otros rumbos… rumbos de Dios y de eternidad.